Como
cada mañana desde aquel caluroso día de principios de verano, la joven salía a
pasear, acompaña de su soledad. Había perdido lo que más le importaba y con
ello sus ilusiones, sus propósitos e incluso las promesas aún sin hacerse
realidad; ya no sentía nada, ni siquiera el azote de los rayos del Sol en la
cara o la suave brisa que mecía los olivos que allí estaban. La árida
tierra que bajo sus pies yacía no era más que una simple representación de lo
que ahora su vida suponía.
Ella sabía que no podía seguir así, que algún día tendría que superarlo, pues
no hay mayor tragedia que aquella que dejamos florecer en nuestro interior.
Nadie sabe ni sabrá mucho de ella, ni cuando dejará de pasear; ella nunca dirá
lo que perdió, ni se lamentará cuando esté en compañía, solamente, hasta que el
paso del tiempo decida que es el momento de olvidar, saldrá a pasear junto con
su soledad.
Relato previamente publicado en mi antiguo blog, That Lonely Strawberry.
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